25 de septiembre de 2012

Pancho Ramirez: Pequeñas Rebeldías.


Nota realizada por "Crónicas de Chasqui"

Luna tiene 11 años y su hermana Carolina 10. Van al colegio privado San Antonio. Comparten las dificultades con las matemáticas pero también las ganas de aprender  y jugar. Eso las acercó al Centro Barrial Pancho Ramírez, donde ahora hacen sus tareas. Su papá es Richard, un marinero que estuvo cuatro meses sin zarpar por el paro portuario.

-Hizo lo que pudo, alguna que otra changa, yendo y viniendo al SOMU -dicen a dúo las chicas, sin saber demasiado sobre la actividad sindical.
Mariana  acomoda las tazas donde van a servir la leche sobre una gran mesa de madera en el medio del salón. Evita y el Che la miran desde la pared.  Vive en la otra punta de Mar del Plata y ayuda a coordinar las actividades de la Agrupación Jóvenesal Frente (JAF) desde hace cuatro años, al tiempo que estudia Trabajo Social.
-Más de la mitad de los avances dependen de ellos, de la constancia para venir. Muchas veces los padres nos dicen que ellos no los pueden ayudar porque no terminaron la escuela- relata la joven.
Brisa y Gianella también son hermanas. Están contentas porque en los festejos del día del niño que organizaron en el Pancho Ramírez ganaron dos raquetas y un juego de mesa. Tienen ocho y diez años.  Van a la escuela pública y son hijas de un filetero que tuvo que trabajar con su suegro en la construcción para zafar durante los días de huelga. La mamá de las nenas  limpiaba casas por hora para ayudar en la economía familiar. El papá  trabaja en la cooperativa Produccop, sin seguro ni obra social.
-Si te lastimás, jodete, nadie te paga nada. En todas las cooperativas del puerto es igual- cuenta Ramón,  enfundado en una campera de Aldosivi, cuando llega a buscar a sus hijas.
En un año y medio jamás hubo una inspección del Ministerio de Trabajo. Durante el verano, cuando la AFIPhacía controles, en Producoop los hacían trabajar de madrugada. A las siete de la mañana terminaban y se iban. Los inspectores empezaban la recorrida  a las 8.
Ramón dice que en las cooperativas del puerto los números se inflan:
-Nadie controla nada. Se rompe un tanque de agua y para repararlo pueden hacer figurar 1500 dólares.

El Polaco se mueve con dificultad por los rincones de su casa, culpa del reuma. Morocho, fornido, de rasgos duros y surcos fundidos en su rostro, Ricardo “Polaco” Muñoz hizo diversos trabajos para sobrevivir desde que llegó de Entre Ríos.

-Yo no me cuidaba- dice con voz cascada. -Laburaba todo el día en el pescado, entre el hielo, y después venía al barrio y me ponía a jugar al fútbol hasta tarde. 

Al lado del comedor de su casa, cruzando una puerta, está el salón del Centro Barrial Pancho Ramírez. Bajo la loza de ladrillos sapos, desprovista de cielo raso, cada sábado toman la merienda y reciben apoyo escolar unos 25 chicos de la zona.  Jóvenes al Frente da una mano; enseñan, sirven los alimentos que les regala una panadería y también organizan actividades lúdicas. Sin embargo, para comprar la leche y el cacao cortan clavos: como no tienen asistencia del Estado, para juntar plata tienen que vender tortas y café -que ellos mismos elaboran- en la Universidad.

Afuera no para de llover, la calle está encharcada,  llena de pozos.  Los vecinos -caminando o en bicicleta- tratan de esquivarlos como si fueran equilibristas. Adentro,  el Polaco se acomoda en una silla de madera al lado del calefactor  y suelta una frase que resuena como un quejido:

-Mi idea era terminar el salón, dejarlo bien, pero no pude. Ahora ya no me acompaña el físico. Hace poco me caí de arriba de un techo. Casi me mato.

Lo dice con tristeza, mirando la biblioteca hecha de donaciones. Las paredes sin pintar le dan la razón. Carga a cuestas la diabetes y los consabidos dolores de huesos que le dejó como herencia el trabajo en el pescado.      

- Los pibes no cuentan con lugares para hacer actividades físicas, por eso nosotros presentamos un proyecto en el Presupuesto Participativo (PP) para que se construya un playón deportivo.

La Sociedad de Fomento Cerrito San Salvador -con los fondos del PP- quiere construir  un galpón para guardar los tractores y las maquinarias que se usan en el mantenimiento de los espacios verdes del barrio.
-¿Viste el edificio enorme que tiene la Sociedad de Fomento? –pregunta el Polaco, para después soltar  un poco de sorna – y quieren hacer otro galpón… Eso no tiene que ver mucho con las cosas que necesita la comunidad, ¿no?
El Pancho Ramírez tiene presencia en la calle: todos los años hay corsos de carnaval y también se conmemora el día de la memoria, buscando no olvidar a la dictadura que los prohibió.  En la medianera que está junto al campito de fútbol los chicos pintaron un mural en marzo pasado.  Además, participaron de una radio abierta y debatieron sobre el terrorismo de Estado. En el puerto hay 40 trabajadores desaparecidos.
En los festejos del día del niño hubo  más de 300 pibes, muchos fueron con sus familias a disfrutar de la kermese,  los inflables y el metegol. Tampoco  faltó el torneo de futbol ni el cierre con la murga Gringada del San Martin.
-Acá les damos contención- dice Diego, coordinador de JAF. -Todo lo que les surge por fuera de la escuela y la familia. Inquietudes que aparecen en la adolescencia. Vienen alegres, al lugar lo tienen incorporado, sienten la pertenencia. En sus casas hay necesidades, por la falta de laburo. Los ayudamos con una bolsa de comida, cada tanto vamos y tratamos de hablar con los padres, eso es fundamental.
Muchos vecinos desconocen el trabajo que se hace en el Pancho Ramírez, otros, aunque saben, no se acercan porque están presos de sus tragedias cotidianas; pagar créditos y deudas o simplemente encontrar  una changa que les permita parar la olla.
-Hay vecinos que están siempre, pese al derrumbe social. Pero nos falta constancia en las actividades y ofrecer cosas para los grandes porque el Centro Barrial está apuntado más que nada hacia los chicos. Hay que convocar a los mayores-  resume, a modo de autocrítica, Facundo “Apache” Villalba, de barba, pelo largo y pañuelo palestino al cuello, también dirigente de JAF.
El Polaco ya está pensando en una nueva recorrida casa por casa, una volanteada para despabilar a los vecinos, y a los trabajadores del pescado, sacarlos del estado de somnolencia. El Pancho Ramírez nunca será un depósito de pibes sumisos sino todo lo contrario: es un lugar en ebullición permanente, lleno de inquietudes y de rebeldía.
Y una cosa es cierta, nadie se imagina el Pancho Ramírez sin el Polaco o a él sin el Pancho Ramírez.


Textos: Javier Andrada
Fotos:   Romina Elvira

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